OBSERVATORIO DE EQUIDAD DE GÉNERO Amar no es sufrir: Día de las y los enamorados

D.G de la Mujer / S.S de Promoción Social / Ministerio de Desarrollo Social Observatorio de Equidad de Género - 2011
OBSERVATORIO DE EQUIDAD DE GÉNERO

Amar no es sufrir: Día de las y los enamorados


Cada año el 14 de febrero cobra más importancia en la agenda, fundamentalmente impulsada por el mercado. El Día de San Valentín, conocido como Día de los enamorados -omitiendo así a más de la mitad de la humanidad-, eleva a su máxima potencia el mito del amor romántico y refuerza la pasividad erótica femenina.

Desde el Observatorio de Equidad de Género, estamos impulsando un Programa, “La Lengua y el Habla: hacia un lenguaje libre de discriminación”. Reconocemos que el lenguaje constituye uno de los baluartes más infranqueables del poder patriarcal.

En esa dirección aportaremos nuestra semilla para lograr una sociedad más inclusiva y equitativa. Proponemos, entonces, denominar “Día del Amor”, en lugar de Los enamorados.

A continuación ofrecemos algunas reflexiones sobre el origen de la fecha, y una historización acerca del amor y el lugar asignado a la mujer en el vínculo amoroso.


El rito de San Valentín: entre idealizaciones y realidades amorosas

San Valentín y su día, como el amor que honran, se hilvanan en una larga historia de luces y sombras.

De su protagonista, cuentan que antes de ser santo, fue un obispo cristiano que vivió en el siglo III, en tiempos de decadencia del Imperio Romano. La suerte del imperio se jugaba, en parte en los campos de batalla, y el emperador Claudio III prohibió a los soldados contraer matrimonio para evitar en la lucha el posible efecto perturbador de la ligazón afectiva a una familia.

Valentín, sostenido en su investidura, invitó, entonces, a los jóvenes a acudir a él para consagrar la unión. Descubierta la trasgresión, y ante su negativa a retractarse de la fe que profesaba, fue enviado a prisión y sentenciado a muerte. Durante su encierro, accedió a dar clases a Julia, la hija ciega de su carcelero. Cuenta la historia que, habiéndose enamorado de ella y realizado el milagro de devolverle la vista, en la víspera de su ejecución, le envió una esquela de despedida firmada con las palabras “de tu Valentín”. El gesto debió ser el inicio de una práctica que el tiempo instauró para la fecha en que se lo recuerda.

En efecto, Valentín pasó a la historia oficial tras su canonización, dos siglos después de su muerte, y en el calendario católico tuvo su día el 14 de febrero. Como una señal entre otras del desmoronamiento del viejo orden imperial, y del advenimiento del occidente cristiano, la conmemoración del nuevo santo se impuso a las Lupercales, celebraciones que, según algunas interpretaciones, consistían en ritos de purificación y fertilidad que por la misma fecha se realizaban en honor al dios Lupercus.

San Valentín dejó de detentar membresía en el santoral en la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, otros rituales de carácter secular y profano continúan entronizándolo hasta el presente. Su día -con nombre propio- lleva acoplado, como dato insoslayable, el de pertenecer a los enamorados. Y a las enamoradas también, aunque se las excluya en la expresión por una ancestral discriminación e invisibilización, producto de un uso sexista del lenguaje.

La fecha en cuestión es una buena excusa para reflexionar sobre el amor y sus circunstancias. Esta celebración ha adquirido, en los tiempos que corren, una popularidad que, tras la imagen idealizada de dos en unión, conjuga en un perfecto encastre posmodernidad y mercado. El amor toma encarnadura de fetiche en mil objetos-mercancías, sin cuyo sustento pareciera perder entidad. Son puestas a su servicio, infinidad de atenciones que cotizan en alza con el sólo nombrarlo. Se expone en imágenes cristalizadas y en escenificaciones efímeras que hacen gala indistintamente de delicado glamour o de ensoñación kitsch. En esta postal multiforme de la cultura de la inmediatez, despojada de historia, se olvidan las subjetividades y se escamotea el conflicto interpersonal y social.

Los avatares del amor, demás está decirlo, encarnan en seres humanos inscriptos en una dimensión histórica. Época, cultura y condición social han ofrecido el anclaje en el cual situar sus contingencias. Y en ese recorrido por tiempos y espacios, resulta interesante reconocer los modos como el amor ha encarnado en la mujer. La exaltación del sentimiento amoroso a ella vinculada, ha ido de la mano de su veladura y sujeción.

La modernidad habilitó el modelo del amor romántico como una manera de superar las convenciones que regían el vínculo “amoroso”, hasta entonces encorsetado en imposiciones de cónyuge, que distaban de elecciones personales mediadas por el afecto y resguardadas en un ámbito de intimidad.

Al tiempo que se imponía el orden burgués capitalista, la libertad se vio constreñida por el rigor normativo de la unión heterosexual de carácter monogámico. La sexualidad se circunscribió a la institución matrimonial, aunque al varón se le otorgaron ciertas licencias en prácticas de cortejo y conquista ajenas a ese ámbito. El espacio de la domesticidad se volvió el reino de una mujer reconocida en sus virtudes -el recato y el afecto- y en su aptitud reproductora, dadora pasiva incondicional de amor y descendencia.

Para la trasgresión a lo instituido, surgieron nombres, instituciones y castigos que fueron la expresión flagrante de la coerción. Lo que alguna vez representaron las brujas para la acción inquisitorial, lo fueron más recientemente las insanas para la práctica científica. Si el castigo ejemplificador y el confinamiento ocioso rindieron sus frutos, tanto o más logró, a los fines del disciplinamiento, un discurso matizado, sutil y hasta seductor que apela a la convicción acerca de lo apropiado, natural u obvio del orden establecido.

El amor romántico pone cause a sentimientos y emociones; si hay pasión que no desborde y en lo posible que quede extasiada tras fórmulas que prometen exclusividad, incondicionalidad y eternidad. La literatura, el cine, la música elevaron este modo de entender el amor a la categoría de arte y le garantizaron la trascendencia y la perdurabilidad.

Los presumibles sentimientos y emociones volcados en las cartas de amor que alguna vez signaron el rito de San Valentín, abandonaron con el transcurrir del tiempo su carácter privado, para volverse materia y mercancía de las usinas culturales. En el nuevo contexto, resulta interesante rastrear el modo en que distintos géneros musicales ofrecen variantes del amor romántico. En muchas letras de canciones, la idealización de la mujer queda subsumida a modelos de género infranqueables que no hacen más que reconocerle un protagonismo de utilería.

Dentro del vasto repertorio de la música popular, emergen estrofas que remiten a modelos vinculares nutridos y nutrientes del imaginario social, que pueden ser soporte de expresiones diversas de violencia de género. La anulación de la otra parte, el dolor inflingido, el autosacrificio, la fusión indisoluble, el olvido de la propia vida arremeten en melodías pegadizas y repetidas hasta el cansancio, que van cincelando la subjetividad fundada en asimetrías y jerarquías.

A modo de muestra, recortamos algunas letras de canciones populares -boleros, tangos, rock nacional, poemas -. Lenguaje cargado de significado que construye realidad:

Para que sepan todos
que tu me perteneces;
con sangre de mis venas
te marcaré la frente
para que te respeten,
aun con la mirada,
y sepan que tu eres
mi propiedad privada
(Mi propiedad privada, Modesto López)


Yo siento tus amarras
Como garfios, como garras
Que me ahogan en la playa
De la farra y el dolor
(Luz de luna, Alvaro Carrillo Alarcón)


Y hoy al verla envilecida y a otros brazos entregada,
fue para mí una puñalada y de celos me cegué,
y le juro, todavía no consigo convencerme
como pude contenerme y ahí nomás no la maté
(Tomo y obligo, Manuel Romero)


Te vas porque yo quiero que te vayas
a la hora que yo quiera te detengo
yo se que mi cariño te hace falta
porque quieras o no yo soy tu dueño
(La media vuelta, José Alfredo Jiménez)


Prefiero ser pura sangre y decir esta es la vida
que un viejo adorno de jade, uno más en tu vitrina.
Por eso rómpeme, mátame, pero no me ignores, no, mi vida,
prefiero que tú me mates que morirme cada día
(Rómpeme, mátame, Juan Carlos Calderón)


Soy propietario de tu lado más caliente,
soy dirigente de tu parte más urgente,
soy artesano de tu lado más humano
el comandante de tu parte de adelante.
(Tu parte de adelante, Andrés Calamaro)


En una época en que se declama y se promueven prácticas de igualdad en diferentes ordenes, otros modos de relación y ejercicios de amor son posibles. A la luz de las transformaciones sociales de la segunda mitad del siglo XX, nacen nuevas formas de amor que ensamblan el afecto y el erotismo, reconociendo la libertad de elección y la paridad en los vínculos de pareja.

Estos son algunos ejemplos de voces que invitan a la equidad:


Si te quiero es porque sos
mi amor, mi cómplice y todo,
y en la calle, codo a codo,
somos mucho más que dos.
(Te quiero, Mario Benedetti)


Mi vida junto a vos,
es esto y lo sabés,
el mundo de los dos,
el antes y el después.
Amar no es sólo dar,
amar es más que arder...
y es como un baño tibio de ternura.
(Mi vida junto a vos, Eladia Blázquez)

Que San Valentín se nutra de nuevos rituales, habilitadores de estas nuevas formas de intercambio amoroso.

Equipo Observatorio de Equidad de Género:
Aída María Bengochea
Beatriz Leonardi
Geraldine Gabriela Parola

Coordinadora:
Susana B. Gamba

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