"En un segundo estaba prendida fuego, me ardía toda la cara"

"En un segundo estaba prendida fuego, me ardía toda la cara"
Su novio médico la atacó y la secuestró 7 días. Ella estudiaba Medicina y lo conoció en un instituto del Centro donde daba clases. Una mañana, él la golpeó, la roció con alcohol y la quemó. Luego la drogó y la mantuvo encerrada en una habitación.
Por: Alejandro Marinelli
http://www.clarin.com/diario/2010/03/31/policiales/g-02170931.htm

Era su novio desde hacía ocho meses. Habían discutido varias veces y él ya le había pegado otras tantas, pero al final siempre la convencía de que todo iba a cambiar y volvían a verse. Hasta que una mañana, en el instituto médico que él dirigía, el hombre la culpó de algo sin importancia y, además de golpes, le lanzó alcohol y la prendió fuego. Toda quemada y con la piel pegada a unas sábanas, pasó los siguientes siete días encerrada en una habitación, drogada con sedantes.

Lorena Borysiuk (23) consiguió salir del encierro el 8 de marzo y ya no quiso regresar. A pesar de todo, se sentó frente a un fiscal para contar esta versión de lo que sucedió. Su novio fue detenido y acaba de ser procesado por las amenazas, las lesiones y por el ensañamiento con que las cometió.

Lorena es muy flaca y tiene el pelo negro recogido para que no se le vean los jirones quemados. Estudia Medicina y el año pasado decidió tomar unas clases particulares de Bioquímica. En la búsqueda de un buen profesor, conoció a Nicolás Salvo (34): un médico que enseñaba en un instituto de la avenida Corrientes (del que era director académico) y que, después de un par de meses, la invitó a salir. Desde entonces, se pusieron de novios. "Ahora recuerdo que decía que había hecho boxeo, pero para defender a las mujeres. Y repetía: 'Yo nunca le pegaría a una mina'", sonríe Lorena, con amargura.

Fueron pasando los meses y los celos comenzaron a aparecer. "Le di mi clave de correo electrónico para que viera que nadie me escribía. Después lo dejé ver mis llamadas y más tarde me alejé de mis amigos hombres, para que no se enojara. Se ofendía por cualquier cosa y me decía que la culpa era mía", explica, tranquila como si hubieran pasado mucho más que 20 días del último ataque.

La primera vez que apareció la violencia fue en diciembre del año pasado, luego de salir de un boliche, en la puerta de la casa de un amigo de Salvo. Allí le pegó una feroz paliza, le dejó el ojo negro y la cara hinchada. Pero a la mañana siguiente la llamó para pedirle disculpas. Cuando se volvieron a ver, pocas horas después, le volvió a pegar. Entonces hizo la primera denuncia policial: "Conté todo en la comisaría, pero me tomaron la denuncia y me fui. Quizá si alguien me hubiera alertado de que las cosas se iban a repetir, me habría preparado de otra forma. Pero quise creer que había sido sólo un arranque y nada más. En el fondo era mi pareja, con la que tenía proyectos", recuerda.

A mitad de enero, de nuevo lo mismo. Esa vez fue en su departamento, en Recoleta. A los gritos, Lorena terminó en la calle en plena madrugada. Volvió a hacer la denuncia, pero a los pocos días volvió a perdonarlo. "Me dijo que trabajara con él en el instituto, que proyectáramos hacia adelante. Estaba más calmado y pensé que entonces las cosas iban a cambiar", dice, con resignación.

Una tensa calma se sostuvo un tiempo, hasta que el 1° de marzo, la mañana en que se inauguraban las clases en el instituto, él le comenzó a gritar de nuevo. Esta vez fue porque ella no había terminado de leer unos apuntes.

"Estábamos él, su mamá y yo. En medio de la discusión, la madre le decía: '¿Ves? Te dije, ella no te conviene'. Literalmente metía leña al fuego. La madre salió del cuarto y él me dijo: '¿Qué tengo que hacer con vos? Decime: ¿Te saco un ojo con un alicate? Elegí'". Fue entonces que me tiró el alcohol y tomó su encendedor. En un segundo estaba toda prendida fuego, me ardía toda la cara y el pelo se me chamuscaba", apunta.

Cuenta que él le tiró una sábana encima y que luego la puso bajo la ducha. Cuando se quiso parar, Salvo la tomó del cuello y la hizo tomar sedantes. Recién se despertó dos días más tarde, con la cara hinchada por los golpes y dolores en todo el cuerpo. Estaba en un cuarto del fondo del instituto, alejada de la puerta para que no la pudieran oír. La madre del médico le llevaba la comida y él aparecía cuando los alumnos se iban. "A veces deseaba que llegara la hora en que me durmiera con sus pastillas para escaparme de esa realidad. Pensé que era eso o que viniera a matarme", cuenta Lorena. Y agrega que pensó que no saldría más a la calle.

La pesadilla siguió hasta que, una noche, Salvo abrió la puerta y volvió a gritarle: "Estoy cansado, quiero que mañana, cuando llegue mi mamá, te vayas. No te quiero ver más. Y ni se te ocurra contar algo porque mato a tu hermano, ¿me entendiste?".

La mañana del ocho de marzo salió a la calle y denunció todo. Pero ahora el delito era más grave. Por eso, la jueza del caso decidió dejarlo preso para que no interfiera con la investigación.

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